De tantas idas y vueltas, que mejor arrancar el primero del año y en un día tan especial ... con un cuento de mi autoría!!!.
LOS REYES MAGOS:
Carola era una niña pecosa y asustadiza; pero inocente.
Todas las noches de enero ponía pasto y agua para los Reyes, aún el 7, el 8 y el 23 de enero. Decía que tenían un largo camino por el desierto y que había que alimentarlos bien.
En su casa había pocos juguetes, alguna muñeca sin brazos porque el Toto era muy juguetón y las mordisqueaba. Algún auto de chapa desvencijado y un juego de mil ladrillos, con el que sus hermanos pasaban horas armando y desarmando edificios.
No había plata para pavadas, decía el padre; que nunca estaba los días de Reyes.
Lo que llegaba a la casa, venía de sus primos mayores: alguna remera desteñida, pantalones cortos y crayones usados.
Pero a Carola le gustaba pintar mariposas y les dibujaba a los Reyes y a veces les hacia el mapa de cómo llegar, para que no sé olvidaran de sus hermanos.
Carola era pura inocencia y soñaba en colores.
Su primer regalo de Reyes fue una muñeca de trapo (que le había traído su tío de un viaje, ella no supo que era él, obviamente). Cuando se levantó y la vio… no podía reír de la emoción.
En su casa había pocos juguetes, alguna muñeca sin brazos porque el Toto era muy juguetón y las mordisqueaba. Algún auto de chapa desvencijado y un juego de mil ladrillos, con el que sus hermanos pasaban horas armando y desarmando edificios.
No había plata para pavadas, decía el padre; que nunca estaba los días de Reyes.
Lo que llegaba a la casa, venía de sus primos mayores: alguna remera desteñida, pantalones cortos y crayones usados.
Pero a Carola le gustaba pintar mariposas y les dibujaba a los Reyes y a veces les hacia el mapa de cómo llegar, para que no sé olvidaran de sus hermanos.
Carola era pura inocencia y soñaba en colores.
Su primer regalo de Reyes fue una muñeca de trapo (que le había traído su tío de un viaje, ella no supo que era él, obviamente). Cuando se levantó y la vio… no podía reír de la emoción.
Era pecosa y tenía piernas largas, como ella.
La sentaba a la mesa a tomar la leche con sus hermanos.
Tenía dos hermanos más chicos, que eran también un poco, un juguete para ella. Los vestía, les hacia cosquillas y les limpiaba los mocos cuando se resfriaban.
El segundo regalo, ya habían pasado unos años; llegó la bicicleta, venia en una encomienda toda doblada, era un paquete de 60 x 60.
Tenía dos hermanos más chicos, que eran también un poco, un juguete para ella. Los vestía, les hacia cosquillas y les limpiaba los mocos cuando se resfriaban.
El segundo regalo, ya habían pasado unos años; llegó la bicicleta, venia en una encomienda toda doblada, era un paquete de 60 x 60.
El papel decía; Carola Misiri y venía de Roque Saenz Peña (ella pensó que era una ciudad de Egipto).
Su abuelo estaba construyendo una escuela en Chaco. Ella quería una bici con respaldo en el asiento para llevar a sus hermanos.
Su abuelo le había enseñado a pescar y a encarnar con lombrices. Pero ella prefería sin carnada, para que los peces no se lastimaran.
Carola era inocente y aprendió a los golpes en la bicicleta chaqueña.
Y a sus hermanos les dibujaba peces de colores en láminas azules y les contaba cuentos de caperucitas sin lobos.
Carola alimentaba con maíz a las gallinas que tenía su abuela en el fondo entre rabanitos y dalias.
Entre los malvones se escondía Manuelita, que era muy anciana y arrugada.
Los 5 de enero ponía pasto y un puñado de avena, debajo de la parra de uvas chinches.
Los zapatos de charol del más pequeño, que se los había regalado la vecina, las zapatillas azules agujereadas, con puntera de goma de su hermano mediano. Y sus propias eskipis de plástico rosa que heredo de su prima.
Pero un día, los Reyes Magos le trajeron un hermoso vestido floreado con puntillas y a ella le pareció escuchar: que los Reyes no tenían plata y que la amante de su papá se lo había comprado en la tienda de Doña Hermida.
Le pareció escuchar detrás de la puerta; pero eso no se hace.
Su abuelo le había enseñado a pescar y a encarnar con lombrices. Pero ella prefería sin carnada, para que los peces no se lastimaran.
Carola era inocente y aprendió a los golpes en la bicicleta chaqueña.
Y a sus hermanos les dibujaba peces de colores en láminas azules y les contaba cuentos de caperucitas sin lobos.
Carola alimentaba con maíz a las gallinas que tenía su abuela en el fondo entre rabanitos y dalias.
Entre los malvones se escondía Manuelita, que era muy anciana y arrugada.
Los 5 de enero ponía pasto y un puñado de avena, debajo de la parra de uvas chinches.
Los zapatos de charol del más pequeño, que se los había regalado la vecina, las zapatillas azules agujereadas, con puntera de goma de su hermano mediano. Y sus propias eskipis de plástico rosa que heredo de su prima.
Pero un día, los Reyes Magos le trajeron un hermoso vestido floreado con puntillas y a ella le pareció escuchar: que los Reyes no tenían plata y que la amante de su papá se lo había comprado en la tienda de Doña Hermida.
Le pareció escuchar detrás de la puerta; pero eso no se hace.
Carola era inocente y nunca más pinto con crayones de colores.
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